Laura Gómez Recas (2008)
El rojo sólo es la excusa para abrir el amarillo
entre el verde sinuoso de los árboles.
Y, tras el rojo, entreverados,
se asoman los ocres, los naranjas
y el pardo vivo que se arrima
a la procacidad del dorado.
El otoño reside entre la fertilidad de los frutales
amancebados con la lúbrica humedad del gris.
Se acaricia la manzana; y se mastica,
entre bocados zumientos, el madroño.
Ana quiere un membrillo caído, desterrado de la copa,
inválido y acosado por el insecto.
Sonreír no tiene mérito bajo esta fronda
abotargada de palabras que se insertan a las nubes.
Vivir es sencilla labor que nos hace mendicantes del minuto;
sólo la piedra es eterna y la tímida luna
nos recuerda que somos arcilla perecedera.
La roca de Los Galayos atalaya las miradas
y la noche se hace verso para dormir en el regazo
del elemento natural que entraña un árbol.
La sencillez de la palabra y de la nota,
navegante del oleaje del aire,
dejan tras sí una estela de luz inolvidable,
Estela,
que seguirá tu rumbo hacia el cielo
donde la Polar no puede verse.
Llueve, después escampa, el sol abriga,
la vía láctea cimbrea sobre la noche adormecida,
las horas se hacen cómplices del alma
y se tallan las miradas y el abrazo
en el ángulo íntimo donde el sentimiento
trascenderá a la muerte del otoño.
Subsistirá grabado sobre una hoja amarilla
posada en la calidez de la madera,
vínculo entre los nenúfares inmóviles
y la torrentera que desboca el agua hacia un poema.
.
Me he puesto a releer este poema, Laura, y... me descubrí cayendo, y después caída, en un sueño en ese Paraíso con el que yo comparé en mi poema a La Lobera. Estaba allí, y me sentía sensual, natural, feliz y limpia. Me sentí como me gusta sentirme.
ResponderEliminarGracias, Laura.
Besos