Pringué las uñas desgajando ajos secos,
a la cintura: un paño y un mandil.
La estancia huele a guiso,
se detuvo el reloj y su silbido.
Pensaba en silencio un recetario,
pintando el aceite con los rojos,
crujía entonces la cebolla,
Y en medida de mágico puñado
el arroz coloque suavemente.
Una a una lavadas con cuidado;
gambas, carnes u pescado bien troceado,
en la olla y a su punto ya esta el caldo.
Cada instante en la cocina un escenario,
cada plato un dibujo y un deleite,
solo falta que lleguen a la mesa
vosotros los invitados.
Este fue uno de los mejores guisos que comí este otoño pasado en La Lobera. Y mira que estaban ricos algunos, eh.
ResponderEliminarBesos